Hace muchos, muchos, pero que muchos años donde hoy se encuentra la Villa de Alcorisa, existió un pueblecito muy especial, un pueblecito que tenía un secreto. Cuentan que en ese pueblo había una hechicera que tenía su cabaña a los pies de la Peña que hoy conocemos como Peña de San Juan, aunque en aquellos tiempos tan, tan lejanos, no había apenas montes, ni peñas, sino enormes valles que abarcaban toda la comarca. La hechicera necesitaba más espacio y empezó a excavar una pequeña cueva bajo su casa para preparar sus ungüentos medicinales y pociones sanadoras que usaba para curar a la gente del pueblo cuando enfermaban o cuando alguna plaga de insectos destruía las cosechas.
Un verano terrible hizo que las cosechas fueran muy escasas y la hechicera necesitó más espacio en la cueva para preparar más pociones con las que poder hacer que la tierra fuera más fértil y abundante porque la gente del pueblo casi no tenía nada para comer. Mientras excavaba en la cueva, notó que se abrió un hueco, un pasadizo que se metía hacia el interior de la tierra. Con un candil en la mano, se adentró por el oscuro pasadizo y a los pocos metros, vio como una enorme cueva se hallaba justo delante suya.
En esa cueva había un lago con un color muy diferente a los lagos, ríos o pantanos que había visto, con agua de color rosáceo y un olor a flores y a hierba fresca y a las orillas del lago había plantas muy extrañas, incluso para ella, que conocía todo tipo de plantas y flores. Cuando inspeccionaba ese maravilloso descubrimiento, notó que algo volaba sobre ella. Entre las estalactitas de la cueva vio unos extraños seres con alas revoloteando. Parecían asustados. La hechicera les dijo que no tuvieran miedo, que no les iba a hacer daño.
Estos animalastros tan extraños bajaron y se posaron en una roca junto a ella. Tenían forma de corazón con ojos muy grandes, alas como los pollos brazos y pequeñas patitas. Eran dos, uno de color rojo y el otro era más oscuro; marrón, casi negro.
– Somos los Gordizones – dijo uno de ellos.
– Cuando llegaron los primeros humanos por aquí nosotros ya vivíamos en esta cueva y desde entonces os hemos escuchado a través de las grietas de la cueva y hemos aprendido vuestro idioma.
– Yo soy gordizón chocoloco y mi amiga es Gordizona fresiloca. Tenemos más familiares y amigas por aquí, pero son muy tímidas y de momento no quieren hablar.
La hechicera estaba asombrada. Miró a su alrededor y se fijó como empezaban asomarse por todos los recovecos de la cueva distintos corazoncitos con alas, rojos, rosas, marrones y negros que parecían escuchar lo que allí pasaba.
– ¿Y cómo has conseguido llegar hasta aquí? – le preguntó la gordizona Fresiloca a la hechicera.
La hechicera les contó quien era y lo que había pasado en su pueblo y en el resto de pueblos cercanos. No tenían nada para comer y podían morir de hambre si no encontraba una solución.
Los gordizones se reunieron al otro lado de la cueva en lo que parecía una asamblea y al poco tiempo Godizón Chocoloco se acercó de nuevo a la hechicera y le dijo que los Gordizones se alimentan del lago de la cueva y que esta agua es mágica y con ella pueden hacer mermelada de fresa y crujiente chocolate, por eso algunos gordizones son marroncitos y otros más rosados. Le dijo que necesitaban salir de la cueva para ir a su planeta, muy cerca de la Aurora Polaris, que está a 341 años luz del lugar. Ellos vinieron a investigar nuestro planeta, pero tuvieron un accidente en su nave y llevan miles de años dentro de esa cueva. El lago mágico es donde se estrelló la nave, por eso contiene una partícula energética que hizo que el lago tuviera esos poderes y les proporciona energía. A cambio de ayudarles a salir, ellos ayudarían a todas las gentes de la comarca que tuvieran hambre hasta que consiguieran que los campos volvieran a dar buenas cosechas.
La hechicera aceptó encantada y les guio por el túnel que había excavado hasta llegar al sótano de su casa.
– ¡Gracias por liberarnos, hechicera! – Dijeron los gordizones Fresiloca y Chocoloco.
– Es el momento de que cumplamos nuestra parte del trato.
Entonces salieron cientos de gordizones volando desde la casa de la hechicera y comenzaron a preparar láminas de mermelada de fresa enooormes y una capa de chocolate, y otra de mermelada y otra de chocolate…
Y así estuvieron los Gordizones, día y noche hasta que llenaron todas las aldeas, pueblos y villas de la zona de enormes montañas de mermelada de fresa y crujiente chocolate para que todas las gentes pudieran comer rica mermelada y crujiente y nutritivo chocolate durante mucho, mucho tiempo.
Cuando los gordizones terminaron su parte del trato, le dijeron a la hechicera que, por favor, dejara indicado el lugar donde estaba la cueva para ir a buscar la nave en cuanto pudieran. Pero también le pidieron que tapara el acceso a la cueva y al lago para que nadie encontrase el lugar salvo ellos.
Se dieron un fuerte abrazo y los gordizones salieron volando.
La hechicera destruyó el túnel de acceso a la cueva de los gordizones y, tal y como le indicaron, dejó una placa de piedra en el suelo, junto a su casa.
Pasaron los años y los siglos y las montañas de mermelada de fresa y crujiente chocolate se fueron fosilizando y se convirtieron en montañas muy parecidas al resto de montañas de cualquier sitio. Nadie supo qué pasó allí, ni dónde fueron sus gentes tantos años y siglos después, pero un grupo de colonos pasó en busca de un lugar donde asentarse y formar una nueva aldea. El cura que iba en ese grupo de colonos paró a descansar junto a los restos de lo que parecía una antigua casa de piedra y cuando bajó la vista al suelo vio una vieja piedra en la que parecía que había alguna inscripción: